jueves, 18 de enero de 2018

Trabajos de la 6ª sesión del III Taller

Estos son los trabajos que han realizado los asistentes. Unos han optado por el microrrelato y otros se han inclinado por el cuento realizado con cien palabras o el cómic:






Pinocchio

Érase una marioneta de nombre Pinocchio, hecha de tablero de fibra de densidad media (ya que legalmente no podemos llamarlo madera). Diseñada en Italia por un tal Geppetto, pero fabricada en China por un tal Xi Li Ping. Como él, millares, todos iguales; calidad media, destinados para dar unos años de entretenimiento.
Nuestro Pinocchio, al percatarse de esto, desde el fondo de su alma pidió a una estrella que lo convirtiese en un niño de verdad. Pero, ¿qué material es la verdad?
A los dos años lo encontraron roto dentro del estómago de una ballena, junto a más basura.

Iker Karel Muñoz (Cuento de 100 palabras)





Testigo silencioso

Lo vi todo desde allí. Primera fila en ese macabro espectáculo. Una sombra oscura se desliza por la noche y se refleja en mí. Sigilosa, analítica, eficaz. Se llevó la vida de toda una familia.
Lo recuerdo todo. El color de su cabello, el olor de su piel, el tacto de su gélida mano. Me tocó y no hizo nada. No me opuse a su huida y ahora tan solo soy capaz de guardar sus huellas.

Un sentimiento de impotencia me recorre. Querer confesar, pero no poder. Al fin y al cabo, ¿quién escucharía a una simple cerradura?

Laia Castella (Cuento de 100 palabras)



Cien palabras después…

Comencé a escribir un cuento de cien palabras: la ilusión de empezar sin terminar, aunque también hay que limitar. No sé si lo sabes, pero llegamos a las treinta. Paso a paso vamos avanzando, pero no es que estemos llegando. No me pasaré de frenada, la historia estaba pensada. Ya pasamos la mitad, para que acabe esta historia, por favor, aclamad. Los dos tercios he logrado superar, ya ni mis enemigos mi victoria podrán afear. Ahora mi objetivo es llegar a las cien, que quiero celebrar. Estas últimas palabras voy a dedicar al lector que logró terminar.


Diego Almodóvar (Cuento de 100 palabras)


Cuentín

Este es un cuento del cuentacuentos llamado Cuentín, del que cuentan que cuenta los cuentos mejor contados del mundo, y hoy contó su último cuento. Fue así:
Puntual, como siempre, Cuentín apareció saludando al público, se sentó y contó su cuento, y acabó diciendo lo siguiente:
– Cuando os hablan de un “Cuento De Muchos Cuentos” lo normal es pensar en varios cuentos en uno y, a su vez, en muchos personajes… Pues bien, estáis en lo cierto al respecto.

Si aquí estáis, es movidos por vuestro gusto a los cuentos, pero lo que no sabéis, es que ya vivís uno.

Jaime Sánchez




CIEN PALABRAS

Una historia  escribir me encomendaron. Una historia de cien palabras. Y he aquí el dilema: ¿cómo empezarla y acabarla con tan pocos recursos? Así, sin más y a lo tonto dos renglones llevamos ya y treinta y seis palabras son. Perdón, ¡¡¡ya son cuarenta y siete!!!!  ¿Qué decir?, ¿cómo empezar?, ¿qué contar?, ¿cómo acabar? Sin sentido es, sin sentido va y sin sentido terminará. El problema surgirá  cuando el maestro a leerla irá y, con razón o sin ella, a mí me regañará. ¡Dios mío! ¡Cuánto sinsentido en tan pocas palabras! ¡Qué poca incoherencia en  apenas seis renglones!

Helena Martínez Luengo



La ardilla arquitecta

Todos los sábados la ardilla Amarilla recorría los árboles del parque  buscando  castañas   con las que hacerse un parque de atracciones.  Ahora subo, ahora bajo, ¡tengo  que darme prisa! Las escondía detrás de la fuente, en  un espacio protegido por las hojas del último otoño. Cuando consideró que tenía suficientes frutos hizo el plano con una pluma de pavo. Aquí  pongo la noria, aquí el estanque con las dos barcas, aquí el tiovivo. Se puso manos a la obra. Le faltaba la puerta  de acceso. El asa del cubo de golosinas de una niña le sirvió. ¡Eureka!

Teresa Sánchez García (Cuento de 100 palabras)



Al señor Palomino Melibúlico jamás se le habría ocurrido pisar un charco. Era uno de esos señores con reloj que jamás tiene tiempo. Uno de esos sapos que plantaba sus muslos en el nenúfar y se dejaba llevar por las corrientes mudas y cálidas del aire de verano.
Una tarde cualquiera, el señor Palomino se despertó al revés, el nenúfar movió el aire, su reloj comenzó a moverse y no se levantó porque no sonó el despertador. Palomino Melibúlico, tras haber sido un sapo toda su vida, como las libélulas del lago, comenzó a ser, sin quererlo, un pajarito verde.

Alejandro Sánchez Molina.




Ella es entusiasta. Como les pasa, afortunadamente, a la inmensa mayoría de los profesores, está empeñada en que aprendamos todo lo bueno que a ella le han enseñado.

No duda en utilizar todo tipo de extravagancias para lograr su fin: cada día nuevas palabras se posan en la pizarra; hace que resuenen en la clase nombres de diccionarios hasta que sabemos para qué sirve cada uno; no permite una palabra mal pronunciada aunque haya que poner caras raras para lograr decirla de manera que se entienda; hace que quienes saben la respuesta a una pregunta lo expresen por métodos raros, cualquiera, que no interrumpa el discurso mental del estudiante elegido para responder de la manera normal sin apresurar su propio ritmo; logra que los que ya saben que su respuesta es correcta, inventen pistas no obvias para el pensante; premia las participaciones brillantes expresadas con la debida cortesía con post-it ilustrados con genios que suben la nota; aprecia en puntos toda contribución al trabajo en equipo; muestra procedimientos que sirven para sacar el máximo partido al esfuerzo; habla de que bueno viene caca y nos muestra las heces en las decenas ordinales; se niega a que lo malo domine por la dejadez de no podar y dejar que invada la maleza; nos recuerda que no conviene las dar cosas por supuestas y nunca lo que por nosotros hacen quienes nos crían; destaca las virtudes raras, valiosas y escondidas porque todo punto de vista es clave para entender la realidad; nos anima a mirar con curiosidad a nuestro alrededor para retrasar las arrugas, sin olvidar el cuidarnos con mucha fibra, yerbas y tai chi; nos facilita el que defendamos lo que nosotros elaboremos y, o nos reconoce su sentido, o nos saca del error de una manera que se nos fija más que la puntuación conseguida; nos incita a superar la mera reflexión y emprender acciones transformadoras porque es posible conservar la increíble maravilla que es la Tierra; nos hace aprender las claves para que se nos abran puertas y ventanas y nos crezcan alas por la lengua para poder volar por todo el globo y más allá.


En todo ello encontramos nosotros las claves para satisfacer su deseo secreto: un nuevo nombre. Así que la llamamos Mrs. Word World, siempre pronunciando la primera sílaba como una e larga que cuadra el labio hacia arriba y eleva la nariz para percibir mejor el olor de la vida.


María de Gonzalo



Una muerte estupenda

Eonupe era estupendo, con vida estupenda y familia estupenda. ¿Por qué no una muerte estupenda? Todos querían saber sobre esta muerte tan sonada, relatada, discutida. Unos decían que era asesinato, otros suicidio, algunos que su muerte tenía significados ocultos, sobrenaturales. Los conspiradores decían que Eonupe era extraño, que había huido dejando su vida, para irse a un lugar donde de verdad se sintiese a gusto.

Pero, a pesar de todas las teorías, la pared con manchas rojas era lo que más intrigaba, supusieron que era sangre pero acabó resultando pintura, manchas en forma de una flor estupenda.

Marta Sancho Fernanz



A otra cosa mariposa

Por aquellos tiempos en que los insectos empezaron  a entender a la perfección el habla de los humanos, se aprendieron a comunicar de otro modo. Sus favoritos eran los dichos.

La mariposa fue la más afectada por esta novedad, desde que su amiga la mariquita oyó decir casualmente a una señora: “a otra cosa mariposa“. Lo había extendido por la gracia que suponía, al ser la mariposa tan distraída; sufrió grandes problemas de marginación pues, cada vez que se acercaba, lo decían en referencia a su despiste y ella, al pensar que la echaban, se iba.

Belén del Molino Dueñas (Cuento de 100 palabras)




LA PAVESANA

Esto era una muchacha, que vivía en una choza, con su madrastra y sus hermanastras. Su verdadero nombre era María Segismunda de Mercedes, pero todos la conocían como “Pavesana”, pues cuando despertaba por las mañanas su rostro estaba manchado con la pavesa que desprendía la chimenea. No tenía ningún talento, ni cantar, ni bailar, ni siquiera dibujar y nada en su rostro destacaba especialmente por su belleza. Y os preguntareis, ¿por qué duerme al lado de la chimenea? Pues digamos que esta chica no era muy lucida y se perdía llegando a la habitación, así que con tal de permanecer calentita, dormía en el suelo al lado del fuego.

Un día llego a la choza una invitación para un funeral, y la pobre muchacha se pensó que irían a conocer a un príncipe hermoso y acabaría casándose con él. Cuando llego al lugar indicado, ataviada con joyas y vestidos de gala, vio al supuesto príncipe dentro de un ataúd y salió corriendo a llamar a algún médico que pudiera ayudarle. Cuando corría pedir auxilio se le cayó un zapato del pie. Así, la pobre Pavesana, acabó sin príncipe pero con un resfriado de tres pares de narices.

Luna Salazar Díaz



Rigoberto

Este pequeño relato tuvo su origen en un lugar… bueno… lo importante es que de este sitio, pude rescatar este relato, que en teoría no debía rememorar.
Hace no mucho tiempo vivía en un lejano territorio un noble anciano llamado Rigoberto, que descansaba en su sofá plácidamente. Lo hacía siempre, pero esta vez era diferente: no tenía su café en la mano, sino que la taza estaba tirada por el suelo. Lamento tener que decir que nadie levantaría nunca dicha taza.

Lo peor de esta triste historia, siento decirlo otra vez, es que nadie pisaría nunca más esa casa.

Irene García Cárdaba



Truco o tronco

Estando sentado un buen día, en el parque de los antiguos tractores, un tejedor encontré pero no estaba tejiendo, y al observar yo esto, preguntarle se me ocurrió.
-¿Oiga señor tejedor, no se habrá quedado usted sin tela que tejer?
-No, en absoluto; mas tejedor no es mi oficio.
-Entonces, ¿por qué titubeaba la canción del tejedor?
-Porque tejedor soy  pero los troncomóviles es lo que tejo.
-¿Troncomóvil?
-Si, el troncomóvil es un truco para moverse por los bosques truncados por la oscuridad. Como lo que ahora mismo voy a hacer. ¡Tronco!
Cuando tronco gritó en tronco se convirtió.


Alejandro Puga


DECIR ADIÓS

No se despidió. No sabía decir adiós. No me arrulló, ni me abrazó. No me besó. Tampoco me cantó. Y, sin embargo,  su voz me acarició y me despertó. Me salvó.
Abrí los ojos. Desolación. Tan solo el susurro lejano de un arroyo. Mi voz ahogada en el pecho y un opresivo dolor.
Deseé sucumbir. Ella me lo impidió. Sin duda, me protegió. Entonces no lo entendí. Solo me quedó aceptar su ausencia. La única opción: sobrevivir. En ese momento recuperé la voz.
Pero yo tampoco me despedí. No quería decir adiós.


Ana Belén López Martínez




MI ALICIA


Hace ya tiempo que perdí la esperanza de volver a verla, aquella  niña que me condujo hasta este maravilloso y extraño lugar en el que me encuentro.  El mundo donde la locura es la cordura, donde lo imposible se hace posible.  Solo puedo recordar aquella mañana en la que mi vida cambió. Aquella mañana en la que vislumbré a una singular niña entre la muchedumbre y decidí arrastrar mis peludas patas blancas hasta ella, curioso por saber dónde me podía llevar. Todavía recuerdo su silueta entrando en aquella pequeña madriguera, aquel portal hasta este nuevo y mágico mundo.

Sara Álvarez Herranz





Una de cuentos

22 de febrero de 1982
Papá, cuéntame el cuento de la niña con  la caperuza roja

que maltrataba a los lobos,
y el de la niña que come  una manzana en mal estado 
y casi se muere,
y, no te olvides del cuento del patito al que los otros patos
hacen bullying.






22 de febrero de 2018

Manuel, cuéntame el cuento en el que todos los niños y niñas

tienen derecho a la educación,
y el que dice que los niños  tienen derecho
a vivir una vida libre de violencia,
y, no te olvides del cuento en el que todos los niños
tienen derecho a la vida.


Y los cuentos, cuentos son.


Alicia Arriero Higueras

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